Entrevista al teórico español Antonio Méndez RubioEn torno a su último libro «Abordajes. Sobre Comunicación y Cultura», (Ed. UFRO 2019)«Se tiene la sensación de que la cultura se ha convertido en una forma de orden, de hegemonía, y también de resistencia y rebeldía al mismo tiempo».
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Antonio Méndez Rubio, profesor titular de Comunicación Audiovisual en la Universitat de València (España), se ha consolidado como uno de los teóricos más destacados en el campo de la comunicación y la cultura, al mismo tiempo que ha sido parte de una escena poética, cultural y sociopolítica española contemporánea que lo inscribe en una renovada herencia vanguardista con foco en el lenguaje y en una búsqueda escritural que cuestiona y fractura la centralidad del Yo.
«Abordajes. Sobre Comunicación y Cultura», es el segundo ensayo de crítica cultural que publica con Ediciones UFRO, el cual viene a dar continuidad a una indisciplinada y rigurosa reflexión sobre el presente, donde la cultura y la comunicación son comprendidos como procesos claves en la configuración del mundo, pero al mismo tiempo ámbitos imposibles de abordar a través de los métodos de la convención científica. Cuestión que lo ha llevado hacia una posición teórica heterodoxa y una actitud política libertaria, la que es posible advertir en el transcurso de este ensayo escrito como verbo, donde la crítica comienza a desplegar una intencionalidad práctica y que, tal como lo señala su título, aborda activamente la trastienda del orden hegemónico. Actitud ya elogiada por Jesús Martín Barbero en su primer libro editado a través del sello UFRO y revelada en su amplísima obra poética y ensayística.
Sus primeros acercamientos a la Universidad de La Frontera fueron propiciados hace más de una década por el trabajo en el Grupo de Investigación en Comunicación de la Universidad de Sevilla en conjunto con otras instituciones, donde participó el doctor y académico Carlos del Valle (UFRO), con quien continúa trabajando y desarrollando las materias de investigación que les convocan.
En esta nueva obra, donde también podemos encontrar algunas reflexiones publicadas anteriormente, el lector se encontrará con una crítica política y filosófica proyectada hacia el futuro, en cuyo espesor hemos querido introducirnos, a través de una entrevista a distancia que ha sido respondida con gran generosidad, colmada de matices y puntos de fuga que nos ofrece atisbos ciertos de otra historia posible. Además, no hemos querido desestimar su cercanía con Chile, y nos permitimos preguntarle su opinión respecto de esta crisis nacional que hoy nos mantiene en un escenario de alta incertidumbre.
– Como señala en la introducción del libro, este viene a retomar, ahora desde una postura teórica movilizadora, la tesis de que vivimos un mundo atravesado por una «pulsión fascista», tema tratado en su anterior obra «¡Suban a bordo!» (2017). En este nuevo libro, usted da lugar a un despliegue de posibilidades, presentes en las formas políticas de lo popular, que podrían llegar a convertirse en una «vía de asalto a los pilares del orden social moderno y contemporáneo».
¿Cómo es que la cultura, en la definición que usted propone, entraña esta posibilidad y qué rol juega la comunicación en esta inventiva teórica que apela explícitamente a la vía científica no sistemática, de naturaleza heterogénea o indisciplinada?
-La cultura implica todo aquello que tiene que ver con la dimensión simbólica de la práctica social, es decir, con mensajes, valores, sentidos, imágenes… que acompañan a lo que hace la gente siendo de hecho constitutivos de cualquier forma de acción. En este sentido amplio y radical, la acción cultural es ya una forma de acción, igual que la teoría o el pensamiento son una parte de la práctica, contribuyen activamente a una manera de hacer las cosas. Si nos fijamos en la evolución del sistema económico durante el último siglo, sin ir más lejos, se ha observado y comprobado una evolución de la economía global hacia una especie de “capitalismo cultural” o “simbólico”. Esta imbricación de las necesidades de la economía con las necesidades del sistema simbólico estaban ya en germen en el paso de una economía de producción a una economía de consumo, entre 1930 y 1960 aproximadamente, cuando la publicidad se volvió omnipresente y las cuestiones psicológicas se volvieron cada vez más prioritarias desde el punto de vista de los intereses comerciales a gran escala.
Desde 1990 como mínimo, como ocurrió por ejemplo en el nuevo zapatismo o en los movimientos altermundistas o “antiglobalización”, la cultura ha pasado a un primer lugar en la agenda de las luchas sociales en todo el planeta. Se tiene la sensación de que la cultura se ha convertido en una forma de orden, de hegemonía, y también de resistencia y rebeldía al mismo tiempo, como ya indicara Z. Bauman en su ensayo “La cultura como praxis”. Hay también una frase del escritor uruguayo Eduardo Galeano donde dice: “la cultura o es comunicación o no es nada”. Entiendo esta idea en el sentido de que la cultura implica necesariamente una intervención en la arena de los vínculos con el otro, de la intersubjetividad. La comunicación vitaliza la cultura, la vuelve cada vez más democrática, más libre, de la misma forma que la publicidad y la propaganda la utilizan como un recurso de persuasión y seducción de masas.
En otras palabras, la dimensión comunicativa o interactiva de la cultura es la que hace precisamente que no pueda ser acotada como un Objeto de estudio que se analiza de forma empírica, o positivista, o funcionalista absoluta. En sentido estricto, no es viable una Ciencia que aborde la cultura desde una perspectiva disciplinaria, especializada, y esto es especialmente claro cuando se trata de comprender cómo tienen lugar los procesos cambiantes, dispersos e incluso contradictorios en las culturas anti-sistémicas, populares o subalternas. Mientras la Universidad, como institución estandarizadora y sometida a las presiones del mercado, va dejando de lado estas preocupaciones urgentes del pensamiento crítico, se hace a la vez urgente, inminente, entrar a intentar entender y compartir qué está ocurriendo con la cultura y la comunicación de la forma más abierta, crítica y creativa posible, ya sea desde dentro o desde fuera de los espacios académicos, o ya sea “desde la frontera”, por rimar con el nombre de la universidad que tan amablemente se ha esforzado por la edición de este libro.
– En la introducción de su libro, atribuye – además de los intereses económicos y la complacencia de los gobiernos – un grado de responsabilidad, que define como «inquietante», a la ciudadanía global en el estado actual de un mundo «llevado al límite». ¿En qué medida y cómo es que los ciudadanos hemos aportado a la realización y dominio del modelo neoliberal?
– En la medida de lo que se conoce en sociología como «conformismo de masas». En la medida en que, por activa o pasiva, cedemos terreno a una inercia cotidiana, irreflexiva, ciega. En la medida en que formamos corazas para protegernos de un entorno amenazador, pero al mismo tiempo esas corazas nos vuelven sujetos agresivos, o como mínimo indiferentes, insensibles, por no decir psicópatas. Hay una psicopatía que tiene que ver con dejar de sentir el dolor de los demás, y que es alimentada diariamente por la saturación de impactos mediáticos, por el imperio de las pantallas en el mundo de hoy.
– Sus planteamientos tienen raíz en la comprensión que ofrece Raymond Williams de la cultura, que integra tanto su sentido general antropológico y su sentido específico institucional, lo que resulta en su definición como: dimensión simbólica de la práctica social, lo que se ancla en un continuum «horizontal e indetenible» y que en el devenir histórico se va cristalizando como cultura hegemónica.
¿De qué modo esta comprensión de la cultura supera la visión determinista propia del marxismo ortodoxo y al mismo tiempo cómo es posible intervenir en este modelo de construcción de la realidad que pareciera indisoluble? ¿Qué rol juega, por ejemplo, el arte y la creatividad?
– El pensamiento metodológico marxista se formó en un período de Revolución Industrial y movimientos obreros, una época en la que la economía, y más en concreto la “economía política”, actuaba como vector prioritario en la construcción del sistema institucional moderno. Estamos hablando de la segunda mitad del siglo XIX, en pleno proceso de colonización y mercantilización de la “aldea global”. Hasta casi un siglo después, y la corriente de los llamados “cultural studies” fue pionera en esto hacia 1960-1970, no se empezó a comprender el valor de la dimensión cultural tanto para la reproducción del sistema como para los márgenes de resistencia e insurgencia.
La teoría crítica de la cultura, en la línea crítica de autores como Martín-Barbero, podía ya hacia 1980-1990 abrirse a distinciones pragmáticas entre cultura masiva (“desde arriba”) y cultura popular (“desde abajo”), y desde ahí se han ido (re)planteando opciones de debate y de polémica que no parecen relevantes en la cultura dominante (ya sea académica o mediática). Por supuesto, la energía poética, creativa o artística, es crucial para no solo la supervivencia social, sino para el futuro de un pulso utópico, de un mundo nuevo. Más allá de los nombres de autores o autoras, de individuos o colectivos concretos que están haciendo un trabajo creativo imprescindible, existe una suerte de poesía anónima, de creatividad común, que avanza de distintas formas, a menudo subversivas, quizá infrapolíticas, quizá invisibles, pero efectivas y reales. Se publicó no hace demasiado tiempo una investigación en la Universitat de València, donde trabajo, titulada “A la revolución por la cultura”, donde se registraban desde principios del siglo XX testimonios y casos de reivindicación histórica del papel insurgente de la cultura en las demandas muy extendidas de movimientos anarquistas y libertarios, que estaban volcándose en la transformación de la realidad hacia un mundo más justo y más igualitario. Mucha gente dio la vida pacíficamente por esa causa, y la sigue dando bajo distintas claves, bajo distintas formas de hablar, de pensar, de actuar. Se sigue sintiendo, como se decía en España en los años treinta, que “llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones”. Este ansia utópica y a la vez concreta, cotidiana, cristaliza en canciones, películas, discursos, actos formales o informales, prácticas precarias, relaciones sociales posibles e imposibles, desborda los tipos tradicionales de “acción política manifiesta” sin excluirlos, ampliándolos, cuestionándolos, renovándolos en una era de predominio de la biopolítica (Foucault) y la psicopolítica (Han).
– En el capítulo titulado “Crisis social y crítica cultural” hace referencia a Chile para ejemplificar cómo la era neoliberal ha neutralizado proyectos políticos de raíz auténticamente popular o de acción colectiva que luego devinieron en “transiciones democráticas”, dando lugar a modelos “anestésicos en política y cultura”.
Mientras escribo esta pregunta se firma en Chile el “Pacto Por la Paz Social y la Nueva Constitución”, acuerdo entablado por la mayoría de los partidos políticos del país, forzado por 27 días de la protesta social más importante y multitudinaria en la historia reciente de Chile, con foco principal en la desigualdad, impunidad y corrupción. Todo ello en un escenario global y tecnológico, pero también cultural particular, que sigue siendo ampliamente debatido. A la luz de “Abordajes. Sobre Comunicación y Cultura”, ¿cuál es la lectura que tiene de este movimiento social que aglutina distintos grupos sociales y que, probablemente, sobrepasa la definición más restringida de lo “popular”(como clase social trabajadora), ya que se visibilizaron otros tipos de actores sociales más asociados a la cultura de masas (por ej. barras de fútbol y motoqueros), pero que, en conjunto, logra – a costo de casi una treintena de víctimas fatales, centenares de mutilados, miles de víctimas de las fuerzas armadas y de orden- a lo menos, remecer las bases de una de las sociedades más desiguales del mundo?
– El caso chileno, como tantos otros, viene de lejos, por decirlo así. Igual que está contrastado el rol jugado por los medios de comunicación, como el grupo Mercurio, en la propaganda favorable al golpe de estado del general Pinochet en 1973, está también reconocido el rol jugado por las élites conservadoras que, desde países como España, contribuyeron a asesorar sobre cómo realizar una “transición democrática” que preservara el poder de los grupos más privilegiados. Cíclicamente, en cuanto la parte más débil de la sociedad, recupera de nuevo sus fuerzas de protesta, se han seguido produciendo movilizaciones (sindicales, indígenas, estudiantiles…) en favor de una libertad y una igualdad que parecen reducirse en vez de ampliarse con la llegada del siglo XXI. En un sentido crítico, lo “popular” puede entenderse justamente, en el sentido del antropólogo y filósofo francés Michel de Certeau, como una “manera de hacer” o como un “arte del débil” que apuesta por el sentido de las prácticas que sea ante todo táctico, inclusivo, precario pero también abierto, dialógico, heterológico. Como también sugirieron en su momento Hardt y Negri, se puede utilizar la metáfora de Frankenstein para entender esta clave en mosaico, no homogénea sino abierta a la diferencia, que no reprime o rechaza lo diferente sino que lo acoge en una falta común, en una necesidad compartida de hacer de este mundo un mundo por fin respirable, vivible.
– Ciertamente vivimos una época de crisis social ya esbozada en algunos de sus libros, donde entrega algunas notas esperanzadoras respecto de la asunción de una crítica utópica movilizadora, de sentido práctico. Para terminar, nos gustaría que nos pudiera ofrecer una lectura del estado actual de lo que usted llama “fascismo de baja intensidad” y cómo es posible hacer surgir desde este escenario adverso una crítica posible y viable.
– La crisis social, económica y política, y el ascenso del fascismo de masas, han ido unidos desde lo sucedido en Europa en el período 1920-1930. En torno a 1970, el poeta y cineasta italiano P. P. Pasolini, advertía de la llegada de un “nuevo fascismo” cada vez menos directamente político o militar y más comercial y tecnológico, consumista, hedonista. Revisar el impacto del fascismo clásico a nivel internacional, durante el siglo XX, ayuda a pensar mejor que hasta ahora la hipótesis de una pervivencia del fascismo en una nueva clave, que a mi modo de ver tiene que ver con un “fascismo de baja intensidad”, de tipo ambiental, social, incluso inconsciente. El clasismo, el racismo o el sexismo están tan arraigados en la conciencia colectiva que apenas los reconocemos como parte de nuestra intimidad, y mientras tanto siempre es más fácil echar la culpa a los demás, o a determinados personajes de la sociedad oficial, que no habrían llegado donde han llegado solo con el apoyo corporativo o de ciertas minorías poderosas. Este nuevo fascismo no es simplemente lo que hay detrás de nuevos líderes autoritarios y nuevas formas de represión y totalitarismo en muy distintos puntos del mundo actual, sino que es precisamente lo que sostiene esos fenómenos de odio desde el nivel de la vivencia subjetiva, cotidiana. Es decir, la gente se fija en la espuma de la ola, y es lógico dado el límite al que ha llegado la catástrofe social y medioambiental a día de hoy. Pero eso no debería impedir prestar atención a la ola que subyace a toda esa espuma hipervisible. La película de D. Ganzel titulada de hecho “La ola” (2008) plantea de forma clara esta cuestión tan delicada.
Por otra parte, se ha detectado y planteado en numerosas ocasiones el desprecio del fascismo por el pensamiento crítico. Y nunca como hoy día es esto evidente. La filósofa Hannah Arendt, por ejemplo, insistió en “desnazificar” el fascismo para poder entender mejor sus posibles metamorfosis, sus repercusiones y sus raíces más allá del caso alemán. Y la obra de Arendt, como la de Klemperer, Bauman, Pasolini y tantas otras, son una invitación todavía abierta a actualizar la crítica del fascismo en el mundo actual. No es meramente un tema abstracto o falsamente intelectual, sino más bien, además de un reto que implica toda nuestra capacidad de abstracción y reflexión, un desafío pragmático, vital, que convoca incluso la energía que se desprende de la experiencia de la soledad. Pasolini dijo en su última entrevista, antes de ser brutalmente asesinado, que “todos estamos en peligro”. Y quizá el presente sea un momento crucial para poner toda nuestra fuerza inventiva, deseante, en convertir ese peligro en una oportunidad para encontrarnos, para aprender de lo(s) diferente(s), para escucharnos de otra forma, con otro ritmo, para dar pasos imprevistos hacia otro lugar. Para poner nuestra fragilidad a disposición de la fragilidad de las personas con quienes vivimos, a quienes amamos, con quienes sufrimos. No hay mejor antídoto contra las corazas que nos convierten en máquinas de guerra que asumir la fragilidad que nos constituye, y que nos pone cada día en peligro de rotura, de quiebra, pero que nos vuelve también cristales cortantes, bordes de luz refractada, a través de los cuales se cuela en cualquier momento una mirada inesperada, una señal otra, otra realidad.
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